Ser lingüista y correctora profesional implica una perspectiva única sobre el lenguaje, una que desafía la idea de la corrección rígida o de una única manera válida de comunicarse. Cuando la gente piensa en los correctores, algunos imaginan a la “policía de la gramática”: alguien que impone reglas gramaticales con celo, a costa del ritmo, el significado o la voz personal del escritor. Pero esa no soy yo, ni es mi enfoque hacia el lenguaje. De hecho, ser lingüista es lo opuesto a esa mentalidad. El lenguaje, en esencia, es descriptivo, no prescriptivo—es un reflejo de la experiencia humana, no un manual de reglas. Y eso es lo que lo hace tan poderoso.
El lenguaje es descriptivo, no prescriptivo
Decir que el lenguaje es descriptivo significa que los lingüistas estudiamos cómo las personas realmente usan el lenguaje en situaciones cotidianas, en lugar de dictar cómo “debería” usarse. El lenguaje es un sistema vivo que refleja la experiencia humana en toda su diversidad. El papel de un lingüista—o de cualquier verdadero amante del lenguaje—no es regañar a alguien por usar “leísmo” o por decir “almóndiga”; sino observar, comprender y apreciar las formas únicas en las que diferentes personas se comunican.
Un enfoque prescriptivo, más alineado con la policía de la gramática, insiste en que hay una manera correcta de usar el lenguaje y que todo lo demás está mal. Pero la realidad es mucho más matizada.
El lenguaje evoluciona constantemente
Un aspecto clave que la gramática prescriptiva no toma en cuenta es que el lenguaje está en permanente transformación. Lo que hoy es “correcto” no lo fue hace cincuenta o cien años, ni lo será en cincuenta más. El español de Cervantes, por ejemplo, suena distinto al español actual, pero sigue siendo español (y no seré yo quien le discuta a Cervantes).
Del mismo modo, palabras como “literalmente” han cambiado su significado; hoy, se usa a menudo para indicar lo contrario, algo que desconcierta a los puristas, pero así es como funciona el lenguaje: se adapta a las necesidades (y a los caprichos) de sus hablantes. Nuevas palabras, expresiones e incluso estructuras gramaticales surgen y caen en desuso con el tiempo. Lo que antes era considerado incorrecto o jerga puede llegar a ser parte del uso estándar. “Tuit” o “selfi”, impensables hace algunas décadas, ahora son vocabulario común.
Esto también lo vemos en el lenguaje digital, donde la jerga de internet y los mensajes de texto están influyendo en la escritura. Expresiones como “lol”, “jaja” y el uso de emojis forman parte de un léxico en constante crecimiento, que permite una comunicación más rápida y lúdica en los espacios digitales. El lenguaje no es una pieza de museo; es una herramienta viva que se adapta y evoluciona con quienes lo utilizan.
Jugar con las palabras y la gramática con fines artísticos
Lejos de la receta y la rigidez, el lenguaje suele ser más poderoso cuando doblamos o incluso rompemos las reglas. Escritores, poetas, músicos y artistas han jugado durante mucho tiempo con la gramática y el lenguaje de manera creativa para realzar el significado, crear ritmo o evocar emociones.
Pensemos en la famosa canción de Estopa, La raja de tu falda, donde el uso coloquial y poco normativo del español es parte integral del estilo. Frases como “to’ descangallao” o “me dijiste ‘déjame que yo me bajo en la próxima parada’” presentan acortamientos, vocabulario y gramática que, en un contexto formal, se considerarían incorrectos. Sin embargo, estos giros lingüísticos le dan a la canción autenticidad, ritmo y una conexión directa con el habla cotidiana, creando una sensación de espontaneidad y cercanía.
En la literatura española, autores como Federico García Lorca han utilizado el lenguaje de manera no convencional para capturar una esencia artística y emocional. En su poema Romance Sonámbulo, la línea “Verde que te quiero verde” no sigue una lógica gramatical estricta, pero el uso repetido del adjetivo “verde” y la aparente ruptura con las normas convencionales crean una imagen profundamente evocadora y surrealista. Estos “errores” intencionados no sólo enriquecen el poema, sino que intensifican la atmósfera de misterio y belleza.
En la narrativa, vemos cómo autores usan gramática y lenguaje no estándar para reflejar el carácter, la cultura o el dialecto. Un ejemplo es La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, donde el protagonista utiliza un español rural, cargado de giros y errores gramaticales que reflejan su entorno. Frases como “cuando mejor estaba peor me pongo” emplean una estructura confusa que rompe con la norma estándar para transmitir la mentalidad sencilla y a veces caótica de Pascual. Estos usos creativos del lenguaje profundizan la conexión entre el lector y el personaje, haciendo que su voz sea aún más auténtica y visceral.
Antisnobismo y diversidad lingüística
Parte de la alegría de ser lingüista es apreciar la increíble variedad de formas en que las personas hablan, a través de diferentes regiones, clases sociales y comunidades. No hay una superioridad inherente en un dialecto o forma de hablar sobre otra. Por ejemplo, los dialectos de clase trabajadora o los acentos regionales a menudo son menospreciados por aquellos que defienden el español “estándar” como la única forma correcta. Pero desde una perspectiva lingüística, todos los dialectos son igualmente válidos; simplemente sirven a diferentes comunidades y contextos.
En España, podemos ver este tipo de diversidad lingüística en el uso del andaluz o el canario, que a menudo son objeto de prejuicios. Aunque muchas personas puedan considerar que estas variantes no son “correctas”, desde un punto de vista lingüístico, son tan válidas como el español de Castilla. De hecho, reflejan una riqueza cultural que merece respeto.
La idea de que hay una manera “correcta” de escribir o hablar no solo es inexacta, sino que también corre el riesgo de convertirse en una forma de elitismo lingüístico. Esta mentalidad puede perpetuar desigualdades sociales, ya que no todos tienen acceso al mismo nivel de educación o alfabetización. Las personas de diferentes contextos socioeconómicos pueden no haber tenido la oportunidad de aprender o usar las llamadas formas “correctas” del lenguaje, y juzgarlas por ello es caer en una especie de prejuicio basado en la clase social.
El elitismo en el lenguaje también ignora el hecho de que el lenguaje pertenece a todos sus hablantes, no solo a la élite educada. Imponer normas rígidas sobre el lenguaje refuerza jerarquías sociales, excluyendo a las personas en función de su origen, educación o clase. Tomemos el caso de los acentos y los dialectos regionales: las personas de áreas rurales o menos prósperas pueden ser consideradas menos inteligentes o capaces simplemente porque no hablan de una manera estandarizada. Esto no solo pasa por alto sus habilidades de comunicación, sino que también refleja un sesgo sistémico más profundo.
Desmantelando el mito de una única “forma correcta” de usar el lenguaje
La idea de que hay una única forma correcta de usar un idioma no solo es equivocada, es restrictiva. Sofoca la creatividad y descarta el valor cultural, social y personal de las formas no estándar. El lenguaje no se trata de la perfección; se trata de la comunicación y la expresión. La mejor forma de lenguaje es aquella que transmite el significado de manera más efectiva en un contexto dado, ya sea que siga o no reglas gramaticales estrictas.
Como lingüista, abrazo esta diversidad. Como correctora profesional, mi labor a menudo es refinar el lenguaje, ayudar a mis clientes a comunicar de manera más clara o adaptar su estilo a un estándar. Pero siempre soy consciente de no imponer restricciones innecesarias. Mi trabajo no es borrar su voz única ni forzar su escritura en un molde artificial de “corrección.” En cambio, busco equilibrar la claridad, la legibilidad y la autenticidad.
Equilibrando la estandarización con la voz auténtica
Esto me lleva al corazón de mi trabajo como correctora. Aunque mi tarea consiste en corregir imperfecciones gramaticales y estandarizar el lenguaje para lograr mayor claridad, siempre tengo presente la voz y la intención de mis clientes. Sí, corrijo erratas, aseguro la consistencia y suavizo frases torpes, pero también sé cuándo dar un paso atrás y permitir que brille la personalidad del escritor.
A veces, una frase que es gramaticalmente “incorrecta” funciona perfectamente en su contexto porque transmite el tono o la emoción adecuada. En otras ocasiones, una expresión coloquial comunica mucho mejor que una construcción más formal. En estos casos, reconozco que el propósito del lenguaje se está cumpliendo: se está produciendo una comunicación efectiva, y eso es lo que realmente importa.
Si amas algo, déjalo libre
Un verdadero amante del lenguaje no lo encadena a reglas rígidas ni lo obliga a caber en un molde estrecho. El lenguaje, al igual que el amor, prospera en la libertad, la creatividad y la diversidad. Es tan variado y dinámico como las personas que lo hablan, evolucionando constantemente, adaptándose y reflejando el rico tapiz de la experiencia humana. No existe una sola manera “correcta” de hablar o escribir: es más como un cuadro de Dalí que una receta de tortilla de patatas (eso sí, siempre con cebolla). Imponer reglas rígidas a menudo sofoca la esencia misma de lo que hace que la comunicación sea significativa, fluida, viva y bella.
Como correctora, llevo este amor por el lenguaje a todo lo que hago. Mi papel no es ser una guardiana de las reglas, sino una guía, ayudando a mis clientes a expresarse con claridad mientras respeto su voz única, siempre teniendo presente que el lenguaje no es estático: respira, evoluciona y se adapta al contexto y a las necesidades de cada individuo. Al fin y al cabo, todo buen amante sabe que la verdadera belleza y poder no residen en la perfección ni en seguir normas, sino en la capacidad de conectar, inspirar y revelarnos a través de un lenguaje sin límites.
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